S’Agaró, plató de cine

Más allá de los mitos cinematográficos que han visitado S’Agaró y se han alojado en el Hostal de La Gavina, este entorno ha sido el escenario de grandes producciones que han dado la vuelta al mundo.

PANEL 04

Ava Gardner, decisiva

La noche del 22 de abril de 1950, Albert Lewin, Ava Gardner y el equipo de rodaje de Pandora and the Flying Dutchman llegaron a La Gavina. Si a Albert Puig Palau, el propietario de Mas Juny, no se le hubiera ocurrido la idea de invitar Lewin a pasar unos días a la Costa Brava, la película no se habría hecho aquí. Fue durante aquella estancia cuando el cineasta descubrió los paisajes limpios y puros donde podría recrear «Esperanza», el pueblecito marinero donde pasaba la historia. Luego que la prensa conoció el proyecto, catapultó Ava Gardner, James Mason, Nigel Patrick y el torero Mario Cabré a la condición de héroes mediáticos.

Este espejismo quedó reforzado gracias a la llegada de un Frank Sinatra celoso, que quería comprobar si el animal más bello del mundo y el torero estaban viviendo, tal como decía la revista Variety, una historia de amor que parecía de cine. Se empezaba a construir la leyenda.

Orson Welles, maravillado

Welles atendió un ratito un periodista de Áncora mientras se tomaba un gin fizz. Se le quejó de la precariedad de las carreteras y su mala señalización; ninguneó la Costa Azul -“ya no la podrá encontrar bella después de haber visitado la Costa Brava”-, y alabó “la delicia de los vinos catalanes y su cocina selecta”. De su buen paladar, también dio fe el maître Diego Herranz: “Comía bien -explicaba- y todavía bebía mejor. Sus borracheras también eran sonadas. Pero era un hombre que conocía el que comía y lo sabía valorar.”

Liz Taylor, diva

Inicialmente, Taylor y Fisher habían pagado el alquiler de una villa en Palamós para residir mientras se rodara Suddenly, Last Summer (J. L. Mankiewicz, 1959), pero las mujeres de la limpieza de aquel hogar se negaron a servir la actriz “por haberse casado tres veces, ser divorciada y haber celebrado una última boda muy tumultuosa”.

A raíz de aquel rechazo, los Taylor optaron para alojarse en La Gavina, donde también se habían instalado Mankiewicz y la millonaria Gloria Vanderbilt. Los Taylor ya conocían el Hostal, habían pasado una noche, meses atrás, mientras hacían un crucero de lujo por el Mediterráneo.

El primer día del cuarteto en la playa de Sant Pol fue un pequeño desastre. Los bañistas los perseguían para retratarlos y, para acabarlo de rematar, una mujer los reprochó por todo el mal que le habían hecho a Debbie Reynolds. En vista de este recibimiento, volvieron al hotel y con la cola entre las piernas.

Escenarios a la orilla del mar

Durante la estancia a La Gavina, John Wayne se torció el tobillo. El doctor que lo atendió le puso un disco de Pau Casals donde interpretaba El canto de los pájaros y, mientras lo vendaba, le dijo: “Escuche the best medicine in the world.”

Antes de dejar La Gavina, Wayne quiso ofrecer una party. El maître, Diego Herranz, lo recordaba muy bien: “A recepción me dijeron que tuviera cuidado, porque ya había liquidado la pensión del hotel y se le tenía que cobrar aparte. En medio de la party le dije: «John Wayne. Usted me tiene que liquidar la factura».” A pesar de que Herranz aseguraba que el actor se había ido del Hostal sin pagar, Virginia Ensesa lo desmiente, añadiendo que su padre, Josep Ensesa, siempre había mantenido que Wayne les había satisfecho aquel importe.

La Gavina, punto de encuentro

Los filmes rodados en S’Agaró con capital extranjero tenían unos presupuestos ajustadísimos. Infierno en Caracas (Marcello Baldi, 1966), Mister Dinamita (Franz Josef Gottlieb, 1967), con Lex Barker, Some Girls Do (Ralph Thomas, 1968) o Quel pomeriggio maledetto (Mario Siciliano, 1977), con Lee van Cervera son algunos ejemplos.

Pese a la cobertura periodística que recibían muchos de estos rodajes, la censura franquista podía acabar impidiendo el estreno de los filmes, sobre todo cuando tocaban temas incómodos para la dictadura como la homosexualidad, el incesto o la miseria de la población española, como sucedió con The Spanish Gardener (Philip Leacock, 1956) o Suddenly, Last Summer (J. L. Mankiewicz, 1959).

S’Agaró, como si fuera Crimea

Nicholas and Alexandra relataba el fin de la dinastía Romanov. Ante la imposibilidad de obtener permisos en la Unión Soviética, Sam Spiegel había decidido recrear los escenarios en varios puntos de España. A pocos días de terminar la filmación, una noticia bomba desató al equipo: tres de sus miembros habían ganado un Oscar. Franklin J. Schaffner y Gil Parrondo recibieron los de mejor dirección y mejor dirección de arte por Patton (F. J. Schaffner, 1970), y Freddie Young, el de mejor fotografía por Ryan’s Daughter (David Lean, 1970). “Mi mujer -explicaría Parrondo- me llamó a las cuatro de la mañana para decírmelo. Me parecía imposible. Desvelado, me fui hasta la playa de S’Agaró. Estuve allí solo, de madrugada, llorando de emoción.”

Al año siguiente, Nicholas and Alexandra también compitió en los Oscar. Pese a aspirar a seis nominaciones, se llevó los premios al mejor vestuario (Antonio Castillo) ya la mejor dirección artística (Gil Parrondo).

Los rodajes no se han parado nunca

La presencia del bailarín Rudolf Nuréiev, encarnando el seductor astro del cine mudo, provocó cierto alboroto al vecindario, pero el artista no quiso conceder entrevistas, hacer sesiones de fotos ni firmar autógrafos. Alguna camarera del Hostal lo acabaría tildando de hombre “engreído, histérico y antipático”.

El film de Ken Russell, en cierto modo, puso el punto final en la etapa iniciada, hacía más de veinte años, con la llegada estelar de «Pandora». Desde finales de los setenta, S’Agaró viviría una actividad cinematográfica mucho más discreta.

Siete décadas después de haber descubierto estos parajes, parece que Hollywood ha decidido olvidarlos.